Vida de Carlos V en Yuste

Los inventarios que se redactan a la muerte del Emperador y la nómina de servidores que permanecen en Yuste, cuyo número rondaba los cincuenta, nos permiten acercarnos a la vida cotidiana de Carlos V en los últimos tiempos de su vida. Las necesidades religiosas quedaban a cargo de la comunidad jerónima del monasterio, siendo su confesor fray Juan de Regla. También habría de dar satisfacción a su gusto por la música, congregando en Yuste a los más afamados frailes jerónimos de los distintos monasterios españoles destacados en esta faceta. Españoles, flamencos, italianos y alemanes formaban parte del servicio del Emperador en Yuste. Entre los españoles se encontraban sus más importantes confidentes y ayudantes: Luis Méndez de Quijada, único miembro de la alta nobleza española que le acompaña en su retiro; su secretario, Martín de Gaztelu y, por último; Martín de Soto, que habría de cumplir con las funciones de escribano. Entre los flamencos destacan el doctor Mathisio y el boticario Van Overstraeten, lo que evidencia la importancia que la medicina tenía en esta época en los Países Bajos. El más afamado de los italianos era Juanelo Turriano, relojero encargado del mantenimiento de su gran colección, que además de componer un reloj de sol, entretenía a Carlos V con la fabricación de figuras articuladas y realizaría las ya mencionadas obras hidraúlicas en Yuste. La presencia alemana se reducía tan sólo a uno de los tres panaderos que servían al Emperador. En los servicios de cocina es donde encontramos una mayor variedad de funciones y hasta un total de veinte personas, lo que no es extraño habido cuenta de las conocidas exigencias de Carlos V en lo culinario. El Emperador disfrutaba de los manjares característicos de cualquier punto de la Península, e incluso de Europa, lo que exigiría un continuo trasiego de carros y caballerías hasta el monasterio, cuya lejanía, con respecto a determinados lugares de procedencia de los productos y lo perecedero de algunos de ellos suponía que, ocasionalmente, llegasen en mal estado. Esta diversidad de oficios en lo culinario, se reflejaría en el reparto del espacio del monasterio, en el que dependencias al servicio de los monjes, pasarían a ser utilizadas por los distintos servicios del Emperador. Así se habilitarían servicios como los de la cava, la cocina y el gallinero propio del Emperador, como relata fray Luis de Santa María.

Conocedor de la Geometría, Astronomía, Historia y Filosofía, el Emperador tuvo su propia biblioteca en el palacio en la que podían encontrarse títulos como el Astronomicum Caesareum de Pedro Alpiano, El Caballero Determinado de Olivier de la Marche, las Medicaciones de San Agustín, los Comentarios de Julio César o el tratado filosófico De Consolatione de Boecio. En cuanto a las obras de arte que estuvieron en Yuste, formando parte del ajuar que acompañó al Emperador hasta su último retiro, son conocidas las obras de Tiziano, hoy en el Museo del Prado, de las que se conservan varias copias en el palacio. De los famosos escultores italianos Pompeo y León Leoni, tuvo el Emperador en Yuste varias medallas con los retratos de los distintos componentes de la familia imperial. Otros objetos de su predilección y de los que trajo varios al retiro verano serían los relojes y cuadrantes. Para adorno de las dependencias hubo también varios tapices pero, sobre todo, colgaduras negras en señal de luto por la muerte de su mujer y, de las cuales, una parte se conservo en el monasterio tras su muerte. A pesar de haber abdicado en su hijo Felipe II, Carlos V no estuvo ajeno a los acontecimientos que azotaban su imperio. Al palacio llegarán distintos correos, noticias como la victoria española en San Quintín, requerimientos de consejo, así como familiares y personas cercanas al Emperador. Sus hermanas María de Hungría y Leonor de Aubsburgo le visitarían en septiembre de 1557 haciendo un alto durante su viaje hacia Badajoz, donde van a encontrarse con la princesa María, hija de Leonor. En marzo de 1558 la reina de Hungría habitaría los aposentos bajos del palacio durante el periodo en que acompañó al Emperador.

La muerte del Emperador no sería motivada por su enfermedad de la gota, comunes en la zona en esa época. Los achaques comenzarían con un resfriado en 9 de agosto de 1558 y, tras un recorrido de altibajos en su estado físico, durante los que añadió rectificaciones a su testamento y siguió contestando a la correspondencia que recibía, finalmente, el 20 de septiembre se confesaría por última vez y moriría a las dos de la mañana del día 21, estando presentes el arzobispo de Toledo, el Conde de Oropesa y su confesor fray Juan de Regla entre otros. Según nos cuenta el padre Sigüenza, Carlos V solicitaría que le mostraran el lienzo original de Tiziano de El Juicio Final, conservado hoy en el Museo del Prado, en el que aparece junto a la Emperatriz, ambos cubiertos por una sábana en señal de pobreza: <<Mandó coger el lienzo del Juicio Final. Aquí fue mayor el espacio, la meditación más larga, tanto que tuvo el médico Mathisio que decirle que mirase no le hiciese mal suspender tanto tiempo las potencias del alma, que gobierna las operaciones del cuerpo, y entonces volviéndose al médico le dijo con algún estremecimiento del cuerpo: Malo me siento; era esto el último de agosto a las cuatro de la tarde>>.